En los últimos días he vuelto sobre una de las influencias literarias más acuciantes en mi formación personal, me refiero a la saga de Harry Potter, escrita hace poco por J. K. Rowling. Había vuelto a leerla desde el inicio porque quería tener tiempo de despedirme de ella. Suena exagerado decirlo en esos términos porque nadie nos puede quitar lo vivido, como se dice; sin embargo, yo tenía serias razones para pensar que releer las aventuras de Harry Potter en este momento tenía un valor especial a causa de un proceso irreversible que se gestaba en mí.
Voy a tratar de explicarlo con una metáfora: un hombre que está manejando su vehículo personal por la carretera puede girar su cabeza cada cierto tiempo para observar el panorama que va dejando detrás conforme abandona la ciudad, pero la perspectiva que obtenga en cada caso diferirá en nitidez con respecto a la anterior, hasta que llegará un momento en que al atravesar una curva pronunciada esta persona perderá de vista a la ciudad por un tiempo... o incluso para siempre.
Es posible que yo me encuentre en una situación parecida, es decir, en medio de un proceso de transformación personal y que vaya a abandonar una forma de vida con el fin de encontrar lo que mi destino me depara. Pero cuando hablo de grandes cambios no podría referirme a algo tan trivial como, por ejemplo, una mudanza (al menos esa es la opinión de alguien que se ha mudado más de media docena de veces) o un cambio de look (aunque sinceramente no lo haya intentado y me haya limitado a lidiar lo mejor posible con las últimas tendencias de la moda y con un ajustado presupuesto), sino que hablo de un proceso que creo que nos interpela a todos nosotros. Me refiero a la transformación que experimenta un muchacho hasta convertirse en un adulto.
La adolescencia, el acertado nombre de este proceso, se inicia en un tiempo tan remoto y tan alejado de nosotros por todo tipo de intensas experiencias, que recién tenemos tiempo para pensar sin dramatismo lo que nos ha sucedido cuando parece que nuestro viaje a la deriva esta por concluir y que por eso la adultez está cerca. Al adolescente le sucede lo mismo que Octavio Paz había dicho sobre los tiempos modernos: lidian con una contradicción que no puede sostenerse indefinidamente y que ha surgido justamente para afirmarlos en un suelo mucho más solido.
Tragos amargos como son la pérdida de la inocencia, es decir, de un orden estable de los valores y de las normas; o la adopción plena de nuestra condición productiva, tanto a nivel biológico como económico o laboral, no son las sentencias de un destino inexorable y superpuesto a nuestra voluntad, sino que nos educan en el ejercicio responsable de nuestra libertad, en el cuidado de los frágiles bienes de la vida humana.
De tal manera que erramos al llamar al adolescente un rebelde sin causa cuando este más bien anda detrás de una causa a la cual seguir para liberarse de su condición errante; y con lo cual fenómenos tan distintos como la escuela o las tribus urbanas se descubren como plataformas que buscan el mismo propósito de encausar todo ese potencial vital en sistemas concretos de sociabilidad. Sin embargo, cuando el recorrido a la deriva parece concluir todavía hay la chance de experimentar algo más: el boicot propio. El muchacho adolescente que está a punto de contraer importantes compromisos puede encontrar acogedor y suficiente su condición errante y rehusarse a crecer.
Supongo que la historia de Peter Pan encajaría perfectamente en esta descripción porque Peter Pan tampoco quería ser un adulto y se rehusaba por ello a pasar por las experiencias de conflicto propias de la adolescencia que marcan el camino a la adultez en las sociedades modernas.
Ahora bien, mi intención no es delimitar la adolescencia y la adultez como dos etapas claramente diferenciadas y progresivamente ascendentes, y aunque me gustaría presentarlas por el contrario como el recorrido y la meta respectivamente de un proceso de maduración consciente hecho desde los altibajos, tampoco es eso a lo que quiero llegar. Más bien me gustaría hacer hincapié en una etapa central de ese proceso: se trata del momento en que definimos nuestra relación con lo que hemos vivido y la forma en que las experiencias que hemos tenido han configurado nuestra manera de ver la vida en adelante.
Al final de la adolescencia tenemos que responder estas preguntas y no será ciertamente a través de un examen escrito o quedándonos simplemente con aquella idea sobre la vida que teníamos al acostarnos la noche anterior a cumplir la mayoría de edad. Las ideas siempre han estado ahí, lo que esta pregunta busca es que nos hagamos responsables de ellas: que las expongamos, que las debatamos, que las critiquemos, que las defendamos, que no las descuidemos, que podamos dar cuenta de ellas con una convicción y una confianza renovadas y siempre renovables.
Quien esta preocupado con especial asombro y tiene la disciplina necesaria puede hacer este proceso de una manera minuciosa y así es como hoy me encuentro sopesando el valor de la gran influencia que ha tenido en mí la lectura de las aventuras de Harry Potter.
Se trata de una despedida porque busco fijar su valor en mi pasado, en la manera en que alimentó mis conflictos o renovó mis compromisos adquiridos. Me despido de una perspectiva de lectura de la saga porque ya no tendré tiempo de volver a leerla con tanto detenimiento siendo aún adolescente y para emplearla en mi experiencia de adolescente.
Dentro de muchos años podré volver a leerla, pero será distinto, quizás ya me haya asentado en compromisos mundanos concretos desde los cuales la invitación a creer en la magia y los milagros no resulte sensata. No sé si la fuerza de la rutina me volverá un adulto escéptico, aún no soy adulto ni tan experimentado como para saber si la rutina es más o menos flexible de lo que me imagino, y más bien espero que en la vida de un adulto haya siempre la oportunidad de volver a regresar sobre los pasos que hemos dado.
Así como el conductor del que hablé al principio podría verse en la feliz circunstancia de poder regresar a su ciudad de paso en algún momento de su viaje, así he venido hoy a dejar en claro que si me despido lo hago en la esperanza de que no sea más que un hasta luego, un hasta pronto, y de que dentro de mucho tiempo todavía seré capaz de re encontrármela; y aunque no me identifique con ella de la misma forma en que lo hago siendo quien soy ahora, aún pueda interpelarme con su magia de algún modo. Me gusta que me sorprendan y que en un breve adiós quede abierta la puerta a muchas sorpresas.
Voy a tratar de explicarlo con una metáfora: un hombre que está manejando su vehículo personal por la carretera puede girar su cabeza cada cierto tiempo para observar el panorama que va dejando detrás conforme abandona la ciudad, pero la perspectiva que obtenga en cada caso diferirá en nitidez con respecto a la anterior, hasta que llegará un momento en que al atravesar una curva pronunciada esta persona perderá de vista a la ciudad por un tiempo... o incluso para siempre.
Es posible que yo me encuentre en una situación parecida, es decir, en medio de un proceso de transformación personal y que vaya a abandonar una forma de vida con el fin de encontrar lo que mi destino me depara. Pero cuando hablo de grandes cambios no podría referirme a algo tan trivial como, por ejemplo, una mudanza (al menos esa es la opinión de alguien que se ha mudado más de media docena de veces) o un cambio de look (aunque sinceramente no lo haya intentado y me haya limitado a lidiar lo mejor posible con las últimas tendencias de la moda y con un ajustado presupuesto), sino que hablo de un proceso que creo que nos interpela a todos nosotros. Me refiero a la transformación que experimenta un muchacho hasta convertirse en un adulto.
La adolescencia, el acertado nombre de este proceso, se inicia en un tiempo tan remoto y tan alejado de nosotros por todo tipo de intensas experiencias, que recién tenemos tiempo para pensar sin dramatismo lo que nos ha sucedido cuando parece que nuestro viaje a la deriva esta por concluir y que por eso la adultez está cerca. Al adolescente le sucede lo mismo que Octavio Paz había dicho sobre los tiempos modernos: lidian con una contradicción que no puede sostenerse indefinidamente y que ha surgido justamente para afirmarlos en un suelo mucho más solido.
Tragos amargos como son la pérdida de la inocencia, es decir, de un orden estable de los valores y de las normas; o la adopción plena de nuestra condición productiva, tanto a nivel biológico como económico o laboral, no son las sentencias de un destino inexorable y superpuesto a nuestra voluntad, sino que nos educan en el ejercicio responsable de nuestra libertad, en el cuidado de los frágiles bienes de la vida humana.
De tal manera que erramos al llamar al adolescente un rebelde sin causa cuando este más bien anda detrás de una causa a la cual seguir para liberarse de su condición errante; y con lo cual fenómenos tan distintos como la escuela o las tribus urbanas se descubren como plataformas que buscan el mismo propósito de encausar todo ese potencial vital en sistemas concretos de sociabilidad. Sin embargo, cuando el recorrido a la deriva parece concluir todavía hay la chance de experimentar algo más: el boicot propio. El muchacho adolescente que está a punto de contraer importantes compromisos puede encontrar acogedor y suficiente su condición errante y rehusarse a crecer.
Supongo que la historia de Peter Pan encajaría perfectamente en esta descripción porque Peter Pan tampoco quería ser un adulto y se rehusaba por ello a pasar por las experiencias de conflicto propias de la adolescencia que marcan el camino a la adultez en las sociedades modernas.
Ahora bien, mi intención no es delimitar la adolescencia y la adultez como dos etapas claramente diferenciadas y progresivamente ascendentes, y aunque me gustaría presentarlas por el contrario como el recorrido y la meta respectivamente de un proceso de maduración consciente hecho desde los altibajos, tampoco es eso a lo que quiero llegar. Más bien me gustaría hacer hincapié en una etapa central de ese proceso: se trata del momento en que definimos nuestra relación con lo que hemos vivido y la forma en que las experiencias que hemos tenido han configurado nuestra manera de ver la vida en adelante.
Al final de la adolescencia tenemos que responder estas preguntas y no será ciertamente a través de un examen escrito o quedándonos simplemente con aquella idea sobre la vida que teníamos al acostarnos la noche anterior a cumplir la mayoría de edad. Las ideas siempre han estado ahí, lo que esta pregunta busca es que nos hagamos responsables de ellas: que las expongamos, que las debatamos, que las critiquemos, que las defendamos, que no las descuidemos, que podamos dar cuenta de ellas con una convicción y una confianza renovadas y siempre renovables.
Quien esta preocupado con especial asombro y tiene la disciplina necesaria puede hacer este proceso de una manera minuciosa y así es como hoy me encuentro sopesando el valor de la gran influencia que ha tenido en mí la lectura de las aventuras de Harry Potter.
Se trata de una despedida porque busco fijar su valor en mi pasado, en la manera en que alimentó mis conflictos o renovó mis compromisos adquiridos. Me despido de una perspectiva de lectura de la saga porque ya no tendré tiempo de volver a leerla con tanto detenimiento siendo aún adolescente y para emplearla en mi experiencia de adolescente.
Dentro de muchos años podré volver a leerla, pero será distinto, quizás ya me haya asentado en compromisos mundanos concretos desde los cuales la invitación a creer en la magia y los milagros no resulte sensata. No sé si la fuerza de la rutina me volverá un adulto escéptico, aún no soy adulto ni tan experimentado como para saber si la rutina es más o menos flexible de lo que me imagino, y más bien espero que en la vida de un adulto haya siempre la oportunidad de volver a regresar sobre los pasos que hemos dado.
Así como el conductor del que hablé al principio podría verse en la feliz circunstancia de poder regresar a su ciudad de paso en algún momento de su viaje, así he venido hoy a dejar en claro que si me despido lo hago en la esperanza de que no sea más que un hasta luego, un hasta pronto, y de que dentro de mucho tiempo todavía seré capaz de re encontrármela; y aunque no me identifique con ella de la misma forma en que lo hago siendo quien soy ahora, aún pueda interpelarme con su magia de algún modo. Me gusta que me sorprendan y que en un breve adiós quede abierta la puerta a muchas sorpresas.
Continuará...
6 comentarios:
Sorry for my bad english. Thank you so much for your good post. Your post helped me in my college assignment, If you can provide me more details please email me.
Hola, muy interesante el post, saludos desde Chile!
Obrigado pela grande informação! Eu não teria descoberto este o contrário!
Gracias por lo bueno
Sólo quiero decir lo que es un gran blog ha llegado hasta aquí! He estado alrededor durante bastante tiempo, pero finalmente decidió mostrar mi aprecio por vuestro trabajo! Pulgar hacia arriba, y mantenerlo en marcha!
Muy bien, creo que es considerable y reconfortante despedirse así, espero hacerlo cuando me termine los tres que me faltan...
Un saludo.
Publicar un comentario