domingo, 17 de octubre de 2010

Una relectura de Harry Potter al final de la Adolescencia



Primera parte: La nostalgia

En los últimos días he vuelto sobre una de las influencias literarias más acuciantes en mi formación personal, me refiero a la saga de Harry Potter, escrita hace poco por J. K. Rowling. Había vuelto a leerla desde el inicio porque quería tener tiempo de despedirme de ella. Suena exagerado decirlo en esos términos porque nadie nos puede quitar lo vivido, como se dice; sin embargo, yo tenía serias razones para pensar que releer las aventuras de Harry Potter en este momento tenía un valor especial a causa de un proceso irreversible que se gestaba en mí.

Voy a tratar de explicarlo con una metáfora: un hombre que está manejando su vehículo personal por la carretera puede girar su cabeza cada cierto tiempo para observar el panorama que va dejando detrás conforme abandona la ciudad, pero la perspectiva que obtenga en cada caso diferirá en nitidez con respecto a la anterior, hasta que llegará un momento en que al atravesar una curva pronunciada esta persona perderá de vista a la ciudad por un tiempo... o incluso para siempre.

Es posible que yo me encuentre en una situación parecida, es decir, en medio de un proceso de transformación personal y que vaya a abandonar una forma de vida con el fin de encontrar lo que mi destino me depara. Pero cuando hablo de grandes cambios no podría referirme a algo tan trivial como, por ejemplo, una mudanza (al menos esa es la opinión de alguien que se ha mudado más de media docena de veces) o un cambio de look (aunque sinceramente no lo haya intentado y me haya limitado a lidiar lo mejor posible con las últimas tendencias de la moda y con un ajustado presupuesto), sino que hablo de un proceso que creo que nos interpela a todos nosotros. Me refiero a la transformación que experimenta un muchacho hasta convertirse en un adulto.

La adolescencia, el acertado nombre de este proceso, se inicia en un tiempo tan remoto y tan alejado de nosotros por todo tipo de intensas experiencias, que recién tenemos tiempo para pensar sin dramatismo lo que nos ha sucedido cuando parece que nuestro viaje a la deriva esta por concluir y que por eso la adultez está cerca. Al adolescente le sucede lo mismo que Octavio Paz había dicho sobre los tiempos modernos: lidian con una contradicción que no puede sostenerse indefinidamente y que ha surgido justamente para afirmarlos en un suelo mucho más solido.

Tragos amargos como son la pérdida de la inocencia, es decir, de un orden estable de los valores y de las normas; o la adopción plena de nuestra condición productiva, tanto a nivel biológico como económico o laboral, no son las sentencias de un destino inexorable y superpuesto a nuestra voluntad, sino que nos educan en el ejercicio responsable de nuestra libertad, en el cuidado de los frágiles bienes de la vida humana.

De tal manera que erramos al llamar al adolescente un rebelde sin causa cuando este más bien anda detrás de una causa a la cual seguir para liberarse de su condición errante; y con lo cual fenómenos tan distintos como la escuela o las tribus urbanas se descubren como plataformas que buscan el mismo propósito de encausar todo ese potencial vital en sistemas concretos de sociabilidad. Sin embargo, cuando el recorrido a la deriva parece concluir todavía hay la chance de experimentar algo más: el boicot propio. El muchacho adolescente que está a punto de contraer importantes compromisos puede encontrar acogedor y suficiente su condición errante y rehusarse a crecer.

Supongo que la historia de Peter Pan encajaría perfectamente en esta descripción porque Peter Pan tampoco quería ser un adulto y se rehusaba por ello a pasar por las experiencias de conflicto propias de la adolescencia que marcan el camino a la adultez en las sociedades modernas.

Ahora bien, mi intención no es delimitar la adolescencia y la adultez como dos etapas claramente diferenciadas y progresivamente ascendentes, y aunque me gustaría presentarlas  por el contrario como el recorrido y la meta respectivamente de un proceso de maduración consciente hecho desde los altibajos, tampoco es eso a lo que quiero llegar. Más bien me gustaría hacer hincapié en una etapa central de ese proceso: se trata del momento en que definimos nuestra relación con lo que hemos vivido y la forma en que las experiencias que hemos tenido han configurado nuestra manera de ver la vida en adelante.
Al final de la adolescencia tenemos que responder estas preguntas y no será ciertamente a través de un examen escrito o quedándonos simplemente con aquella idea sobre la vida que teníamos al acostarnos la noche anterior a cumplir la mayoría de edad. Las ideas siempre han estado ahí, lo que esta pregunta busca es que nos hagamos responsables de ellas: que las expongamos, que las debatamos, que las critiquemos, que las defendamos, que no las descuidemos, que podamos dar cuenta de ellas con una convicción y una confianza renovadas y siempre renovables.

Quien esta preocupado con especial asombro y tiene la disciplina necesaria puede hacer este proceso de una manera minuciosa y así es como hoy me encuentro sopesando el valor de la gran influencia que ha tenido en mí la lectura de las aventuras de Harry Potter.

Se trata de una despedida porque busco fijar su valor en mi pasado, en la manera en que alimentó mis conflictos o renovó mis compromisos adquiridos. Me despido de una perspectiva de lectura de la saga porque ya no tendré tiempo de volver a leerla con tanto detenimiento siendo aún adolescente y para emplearla en mi experiencia de adolescente.

Dentro de muchos años podré volver a leerla, pero será distinto, quizás ya me haya asentado en compromisos mundanos concretos desde los cuales la invitación a creer en la magia y los milagros no resulte sensata. No sé si la fuerza de la rutina me volverá un adulto escéptico, aún no soy adulto ni tan experimentado como para saber si la rutina  es más o menos flexible de lo que me imagino, y más bien espero que en la vida de un adulto haya siempre la oportunidad de volver a regresar sobre los pasos que hemos dado.

Así como el conductor del que hablé al principio podría  verse en la feliz circunstancia de poder regresar a su ciudad de paso en algún momento de su viaje, así  he venido hoy a dejar en claro que si me despido lo hago en la esperanza de que no sea más que un hasta luego, un hasta pronto, y de que dentro de mucho tiempo todavía seré capaz de re encontrármela; y aunque no me identifique con ella de la misma forma en que lo hago siendo quien soy ahora, aún pueda interpelarme con su magia de algún modo. Me gusta que me sorprendan y que en un breve adiós quede abierta la puerta a muchas sorpresas.

Continuará...



sábado, 16 de octubre de 2010

Ángel Caribeño


I

Ángel caribeño,
veo tu vuelo lejano al noreste.
Te veo venir
arribando en las playas tropicales 
de costas nuestras abiertas a toda exploración.
Observa como las palmas más altas
besan la arena,
cuando tus plantas pisan la orilla.
Y enamórate de las olas
que en afán de agradarte se consumen
unas contra otras,
absurdas.

Ama mi horizonte y llena nuestro firmamento;
donde todo sol que ose broncear tu piel
agonizará hasta su holocausto.

II

Ángel caribeño, los momentos sin ti
son vagos como un esfuerzo sin propósito;
en ellos evoco tu sexo,
salpicado de risa.

Mis manos se han descubierto
moldeadas a la línea de tu cuerpo
y mi prosa
a tu inigualable encanto agridulce.


(Compuesto en febrero del 2008)

Algo qué decir

Dime algo,
¿acaso mereces mi aplauso?
Y que es mi aplauso, dime...
¿acaso soy yo?
¿Y quién hablará de nosotros cuando yo
deje de aplaudir?
Dime, ¿quién aplaudirá y
qué será su aplauso?
dime,
¿quién seras tú, acaso yo?

Al menos, dime algo, ¿no?

jueves, 14 de octubre de 2010

Aegritudo Animae Meae

I

Cogito ergo moriturio,
ergo morior.
Cogito ergo neco.

II

En un principio, cuando los cerdos volaban,
no quería... no podía aceptar que, paradójicamente,
la muerte era la única certeza
que me iba a llevar a la tumba;
por eso me he marchado una y otra vez
para perseguir una verdad diferente, un aliento.
-o tal vez solo esperaba que me tragara la tierra-
Qué se yo...

Pero ahora,
en la periferia del mundo ideal de los cerdos,
aquí donde los días y las noches se confunden,
donde todo se extingue atropelladamente,
aquí es donde y ahora es cuando no sé
qué hacer, qué decir, 
qué pensar...

Mi única compañera fiel es esta aflicción,
habitante solitaria de mi corazón.
Corazón dado al sufrimiento de diversos suplicios,
uno seguro solamente de la aseveración de su enfermedad
porque es un corazón que ya no sabe 
hablar de otra cosa.

III

Imagíname navegando en un mar anárquico pero ajeno,
navegando,
tratando siempre de huir muy lejos
del puerto y de los ideales que abandoné hace ya tanto tiempo,
guiado solo por una voz que me susurra más allá, más allá...
En este periplo,
solo anhelo conservar la certeza
de que todos nos vamos a morir algún día. 
Los cerdos no deben seguir volando -no puedo permitirlo-.

...Nunca regresaré al lugar de donde vine,
tampoco deseo regresar.

...Te quiero profusamente, enfermedad de mi alma,
te amo, como dicen: nunca dejaré que te aparten de mí.

...Yo sé que podría matar a alguien pensando así,
pero solo quiero ser feliz.

IV 

Ita, vero, cogito et delibero,
et ergo te amo
aegritudum animae meae.

Las metáforas suspendidas en la nieve


Nunca antes
había visto a la nieve suspenderse así
                con mis propios ojos.
Aquello que, al principio,
parecía ser solo un espejismo
se iba materializando aceleradamente
                           ante mi mirada vaciada,
que no en vano quiso ser pretendidamente
                                                             distante.

Se trataba de un fenómeno metereológico
perceptualmente anacrónico en aquel lugar.
               -La prueba irrefutable
que exhibe orgulloso el corazón
cuando quiere enseñarnos que el alma
está sometida al crudo consenso de las pasiones y,
en última instancia,
a la corporeidad.

Durante unos instantes que reposaban suspendidos
sobre una dimensión atemporal,
atendiendo a cierta caprichosa trascendencia
que emanaba de la atmósfera y calaba en mí,
me pareció ver
el copito de nieve más lindo del mundo;
me pareció que colgaba ociosamente,
sin ausencia,
y que era un obsequio invaluable,
                                   tan gratuito,
pero imposible de salvaguardar al fin...

miércoles, 13 de octubre de 2010

Poema para la Buena Muerte

Tree
El quejido de tu anatomía entera
                            que agita a tu espíritu
es como cualquier pájaro. 
En tus circunstancias se trata de un placebo, 
                              de un estimulante ya inútil. 
Piensa que se trata de un viento alegre que acaricia
los últimos bosquejos de tu 
                                                 corporeidad. 

Presta pues
mucha atención a lo que te voy a decir: 
esa especie de nube blanca, 
                     que se recuesta sobre tus ojos, 
esa nieve gélida e inquieta 
                          que te está devorando, 
será después el cálido rocío 
                              que bombeará  tu corazón. 

Por eso, así como los astros se ordenan en el firmamento, 
y todas las existencias lo hacen a lo largo de historia, 
así tú deberías intuir  
                                                                     en este momento 
                                   un horizonte remoto para tu espíritu. 

Haz espacio en tu corazón 
                                   para el silencio y la calma, 
para todos los vacíos que te colmarán el alma, 
de hoy en adelante 
         y por toda la eternidad...
 

martes, 5 de octubre de 2010

Nous Resterons Sur Terre, de Olivier Bourgeois y Pierre Barougier

pour ceux qui parlent français


Me gustaría comentar este documental ecológico en el futuro no solo para difundirlo dado que es una gran realización, de lo mejor que yo haya visto, sino también porque se trata de una invitación a comprometernos decisivamente con el cuidado de nuestro medio ambiente y así lo propio es responder de alguna manera concreta a su interpelación, en este caso con un comentario crítico. "Nous Resterons sur Terre", o "Here to Stay" como se conoce en el mundo anglosajón y en el resto del mundo, ya desde su título nos habla de la conciencia de que la humanidad está crudamente integrada al devenir del mundo natural, y que mientras el avance desmesurado de la técnica y del hedonismo más banal generan procesos irregulares y perniciosos, desde el mundo natural y desde la misma humanidad un renovado instinto de supervivencia se prepara para lidiar con las consecuencias de la marcha que hemos trazado para la historia y para proponer soluciones de contingencia cuando aún son posibles. El vídeo que les presento se encuentra íntegramente en francés porque no he podido encontrarlo en inglés o subtitulado en español, como fue que yo lo vi. De todos modos las imágenes y la música son tan representativos que a veces uno tiene la sensación de que los comentarios son como pausas, donde las palabras surgen para ayudarnos a asimilar las impresiones fuertes del documental. Claro, esto no es cierto al cien por ciento, pero puede servir de incentivo a quienes se animen a verlo de todos modos. Comentaré este documental pronto, en la espera de encontrar una versión en inglés o español sobre la cual trabajar mejor.

lunes, 4 de octubre de 2010

El Señor de las Ilusiones

Primera Parte
Encontré un hombre agonizando en el camino por el que yo trataba de abrirme paso. Sus brazos y piernas se retorcían del dolor que les procuraba el miedo. Tiritando y sollozante, no alcanzaba a articular ningún llamado de auxilio o siquiera un grito de desesperación. El frío lo inundaba a través de su piel descubierta y el calor que le procuraba la fiebre asaltaba su conciencia. Desamparado, desesperado y demente, se tornó una herida que nunca cicatrizó en mi cabeza. Sin embargo, al tratar de seguir mi camino pasando por encima de su cuerpo, el único propósito que tenía era dejarlo arrojado ahí para siempre y que se muriera. En ese entonces no sentía ningún remordimiento por lo que estaba haciendo, pues de otra manera yo no habría podido sobrevivir. Apoyé mis manos sobre su torso que temblaba para impulsarme hacia adelante y al cruzarlo empujé con mis pies su espalda para impulsarme aún más lejos. Ya separados y distantes, todavía podía oír su agitada respiración por la boca, su congestión nasal y la fricción contra el suelo de sus miembros convulsionados. Cerré los ojos y esperé. Creía que podía conciliar el sueño y que cuando me despertara se habría acabado su lamentable agonía. Hasta que me quedé dormido en algún momento mientras trataba de fugarme de la realidad… o eso creía. Soñé que soñaba, que tenía los ojos cerrados y que no había nada alrededor mío. De repente fui consciente de que tampoco había nada debajo de mí y de que mi cuerpo estaba suspendido sin gravedad, y así sin ningún impulso externo que me diera cuenta de mi ubicación tampoco estaba seguro de saber dónde estaba mi cuerpo. Durante un tiempo del que solo fui consciente por el pensamiento, vagué errante en busca de mí mismo, buscaba aun cuando no parecía tener sentido que lo hiciera, y lo hice solo porque sabía que yo mismo no era más que un cuerpo en busca de sí mismo: un movimiento automático que al frenarlo se habría extinguido conmigo. No sé si primero me oí respirar o si lo primero que sentí fue el peso de mis párpados sobre mi vista. El hecho es que abrí los ojos y aunque no veía nada un estremecimiento me hizo recuperar la percepción del resto de mi organismo. Me sentí extrañamente feliz de que una tierra suave como la arena hiciera fricción sobre mi piel. Me apoyé en mis manos y logré tomar asiento. Al hacerlo me percaté del viento que soplaba en dirección contraria a la postura que había tomado. Pensé que no importaba en qué posición me ubicara, y creo que al pensarlo iba rotando, porque ese viento me seguiría a donde sea que hubiera ido. Así fue como al final entendí que todo era un sueño, en el cual creía que no había más realidad que el poder creador de mi conciencia impulsiva. No había viento, no había suelo, pues todo lo contenía el sueño que era yo.

domingo, 3 de octubre de 2010

Es de noche y ha salido el Sol



Es de noche y ha salido el sol. ¿Quién se lo impedirá si también es una estrella?, ¿acaso alguien ya descartó esta alegoría porque nunca vio un eclipse en su vida?Dejen al sol salir en paz. Ahora bien, si es de noche y ha salido el sol, algo debe motivarlo: ¿acaso una estúpida canción? Si lo ha hecho debe tener un motivo especial, una certidumbre, algún valor. El sol tiene sentimientos de estrella fugaz: unas veces parece una alegoría, otras, una alergia. Y es que el sol ha salido sí, pero a veces también se esconde. Y no solo esto, hay más: el Sol se va, maldice, enceguece la noche, la espanta: porque hay noches en que el Sol tiene ganas de comerse el mundo entero. Y es que no soporta su soledad. Así que me pregunto: ¿no estará perdiendo el tiempo la noche? -¡Ay, pero si la noche no es más que obscuridad!-. Mientras tanto se va haciendo de día y otra niebla colmará la soledad del Sol. Al horizonte, el amanecer se prepara para desmantelar la noche. Y en el colmo de la sumisión, ella solita se pliega y se guarda. No espera a que amanezca.

FIN.

Cómo llenar los vacíos entre las piedras

Disertaciones Generales



La gente se acostumbra a no esperar a la gente. La gente prefiere pensarse como fenómeno natural, como lluvia, como huracán, como ese viento cualquiera. Es como si los demás solo fueran lo dado. Y entre lo dado somos capaces de juntar a la gente con las piedras y el polvo. Por eso las ciudades se han llenado de piedras y polvo. Con estos pensamientos la gente se ha llenado, se ha hastiado y hasta se ha indigestado. Ojalá se pudiera esperar más de la gente, ojalá se pudiera esperar más de lo mismo, pero creemos que más de lo mismo solo es más de lo mismo. Y es que ya no sabemos muy bien qué esperar de los demás.
Así que cuando alguien necesite algo qué esperar debe olvidarse de toda esa gente y fijarse en alguien más: alguien que deba encontrar entre tanta gente y entre todos los demás. Alguien que esté por ahí cuando uno voltee, cuando uno mire de frente, cuando solo sonría, cuando no pueda decir nada más. Todo se trata de esperar que haya alguien a quien esperar y no solo gente poblando el mundo.


sábado, 2 de octubre de 2010

X y la Espera


La idea era esperar. Pero sentado en una banca al fondo del establecimiento, X no solo esperaba a alguien, sino que además aguardaba una especie de oportunidad. Recluso en la absorción de sus propios pensamientos, parecía esperar su abstracción total: el abandono de toda instancia, pero de su instancia en particular. En su abandono, la idea de esperar tomaba la peligrosa forma de esperar el final, de la desesperanza. Sin embargo, el final no se hace esperar. El final deja en suspenso todas las esperanzas y a todos desesperados, pero no se hace esperar. Por eso X sabía que, en el fondo, lo que esperaba era algo más…
Una mujer llamativamente bella llegó a su lado. Por un inocente prejuicio, el no pudo responderle pronto cuando ella le pidió su orden. La carta era limitada, se constreñía a lo que aparecía en el mostrador del local. A todo lo expuesto allí lo dominaba un aura de lenta agonía, de resignación al paso del tiempo. El mostrador era un viejo mueble de madera fina, con los cristales empañados por el paso del tiempo, que no por la suciedad, exenta de toda la escena como para corroborar su inviabilidad. Los dulces se perdían en la memoria de X, preparados por mujeres que en algún tiempo todavía sonreían y que solo volvían como carcajadas borrosas a su conciencia, evocando un tiempo muy lejano, costumbres muy distintas y propias de gente que pronto ya no estaría. Una época se marchitaba en los postres de ese mostrador y el mismo encanto de la mujer que vino a atenderlo parecía condenado a desaparecer arrastrado por las sentencias intolerables de aquel movimiento absorto en el placer de su propio sufrimiento. Pero no, X, ella no vino a preguntarte por el orden tramado por tus pensamientos, aunque tampoco espere tramitarte como a una orden más. Atenta y servicial, te habla sin proponérselo de una voluntad que tú estás perdiendo.
Una respuesta programada en ti le ha hecho un pedido: el recuerdo de un postre que te preparaba la abuela se impuso. ¿Acaso eso era lo que esperabas, una determinación? No está mal quererlo, no está mal que te refugies en ellas, pienso. Un ángel que merodease en tus pensamientos no podría reprochártelo. Pero los ángeles consienten que la conciencia no estime lo suficiente, pues eso mismo hacen ellos. Y entonces te vez frenado, cedido a la fuerza de propia corrupción: marchito, profusamente marchito. Acaso lo que esperas sea volver a florecer. Así es como te acuerdas que ese postre se llamaba milhojas y que, en el fondo, nunca te gustó mucho.
Fín.