I
Cogito ergo moriturio,
ergo morior.
Cogito ergo neco.
II
En un principio, cuando los cerdos volaban,
no quería... no podía aceptar que, paradójicamente,
la muerte era la única certeza
que me iba a llevar a la tumba;
por eso me he marchado una y otra vez
para perseguir una verdad diferente, un aliento.
-o tal vez solo esperaba que me tragara la tierra-
Qué se yo...
Pero ahora,
en la periferia del mundo ideal de los cerdos,
aquí donde los días y las noches se confunden,
donde todo se extingue atropelladamente,
aquí es donde y ahora es cuando no sé
qué hacer, qué decir,
qué pensar...
Mi única compañera fiel es esta aflicción,
habitante solitaria de mi corazón.
Corazón dado al sufrimiento de diversos suplicios,
uno seguro solamente de la aseveración de su enfermedad
porque es un corazón que ya no sabe
hablar de otra cosa.
III
Imagíname navegando en un mar anárquico pero ajeno,
navegando,
tratando siempre de huir muy lejos
del puerto y de los ideales que abandoné hace ya tanto tiempo,
guiado solo por una voz que me susurra más allá, más allá...
En este periplo,
solo anhelo conservar la certeza
de que todos nos vamos a morir algún día.
Los cerdos no deben seguir volando -no puedo permitirlo-.
...Nunca regresaré al lugar de donde vine,
tampoco deseo regresar.
...Te quiero profusamente, enfermedad de mi alma,
te amo, como dicen: nunca dejaré que te aparten de mí.
...Yo sé que podría matar a alguien pensando así,
pero solo quiero ser feliz.
IV
Ita, vero, cogito et delibero,
et ergo te amo
aegritudum animae meae.
No hay comentarios:
Publicar un comentario