miércoles, 29 de septiembre de 2010

X Te



Las luces de la calle proyectan sombras simétricas de las lunas de la ventana sobre la pared. Al contemplarlas, X se dispersa, se aleja; un pensamiento alegre lo espera en la intimidad de su silencio. Se vacía para dejarse atrapar por un impulso musical que quiere llenar el espacio que los recuerdos atormentaban. Un instrumento desconocido prorrumpe en un tono que X no puede adivinar y no espera hacerlo. El impulso lo asalta, lo sacude y luego lo deja tirado, recuperando el aliento. Allí está otra vez, creciendo, seductor, le arranca una sonrisa y lo hace tararear una melodía inventada, sencilla y pegajosa. Se entusiasma al saber que roza algo de ese Motus animi continuus en el cual reside Cicerón, según dice la esencia de la oratoria. A veces, cuando como en esta ocasión se siente seguro y descansa en silencio, le gustaría que una melodía indeterminada lo acurrucara, que ella no se definiera ni se acabara mientras él se deja adormecer hasta caer en el sueño más profundo. Y espera que esa melodía se cole por sus oídos entre sus pensamientos hasta alcanzar a su sueño, donde teja para él una historia íntegramente sonora. Cómo no quisiera nuestro amigo ser la armonía que se proyecta eterna en la melodía y que subsiste pura detrás de la realidad. Pero en la pared está escrita una palabra y ella lo devuelve a la realidad. Te. Se ríe. Una palabra que él no se animó a completar en un Te quiero le recuerda la complicidad del lenguaje, que va atando y desatando ideas pero que solo expone a la vista un lado del tejido, lo dicho, pero que preserva lo ausente. El temor a terminar de decir lo que tiene que decir no es como el miedo, es como la precaución que anima al que maneja los hilos para que se mantenga oculto lo que no necesita un cuidado especial, sino más bien de la oportunidad de servir a la manifestación de algo como el fuego que solo se realiza en su consumación. Te es te quiero cuando podemos reconocer que ya desde antes de la misma T te quería, pero igual quería decírtelo. Te basta cuando no tengo que decírtelo todo, pues el querer es una cosa extraña que se basta a sí misma y basta para llenar Te y llenarte.
Fin.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Perder el tiempo con estilo...



Nada más falso que decir que ha llegado la hora de volver a escribir. En realidad yo escribo cuando no debería hacerlo, cuando debería estar abocado a otros proyectos y cuando resulta más un acto de rebelión, de desahogo, que una serena rutina de meditación. En esta oportunidad, por ejemplo, debería estar estudiando inglés para una evaluación, y, sin embargo, me encuentro a mi mismo escribiendo trivialidades, y, evidenciando una falta de escrúpulos, encima en español. Pero si se me ha vuelto una costumbre lo de escribir a destiempo es justamente porque le encuentro un valor a esa forma de presión.

Ya Aristóteles hablaba del Kairós, del tiempo propicio para actuar, y aunque se suele entender este concepto en términos sumamente conservadores, el Kairós tiene el potencial suficiente para ponerse al servicio de la profundización en el caos anterior al orden de la realidad. Se que suena esotérico, pero mi atracción por el caos no está en discusión, o al menos no hasta que se lo invoca. Así que convoquemos al caos anterior al orden real por intersección de una re interpretación del tiempo oportuno de los griegos, del Kairós.

Si el bien que persigue la acción es el sosiego, la estabilidad, el paso sereno de la vida y el silencio de los males que le aquejan, entonces el tiempo oportuno se configura de un modo especial, acaba equiparándose a la capacidad de racionalizar nuestra condición y desensibilizarnos de las emociones que nos interpelan según su tiempo. Pero si todo tiene un tiempo, como dicen las Escrituras, entonces habrá oportunidades para actuar a destiempo, donde se está dando la respuesta propia a la situación que se presenta, porque no todo lo que nos sucede tenemos que racionalizarlo, también hay que estallar en algún momento, arrojando lejos de nuestro organismo la asquerosa flema producida por tanta congestión. Así que hay un tiempo propicio para tocerle la madre a la realidad: el tiempo de parar de hacer lo que estábamos haciendo. Pero, ¿parar para qué? Resulta que el miedo de deshacer lo avanzado puede ocultarnos que ya nos habíamos perdido, qué no tenía sentido seguir andando a ninguna parte. Yo les concedo que las puertas del infierno se pueden abrir con empezar a preguntar el porqué de lo que estamos haciendo, y, sin embargo, el invierno ya era insoportablemente frío y el clima húmedo de por sí ya era dañino para nuestra salud.

En fin, se acaba el tiempo propicio para sembrar las grandes ideas porque mi examen es inminente. Pero me he permitido el calembour para después avanzar de corrido cuando pueda tratar otro tema para el que tengo más tiempo, una semana digamos, y por el cual he caído en esta rara introducción. Quiero relatar mi propia Historia de un Error, o de Cómo la decencia  se convirtió en una Fábula. Pienso esmerarme en mi relato porque no me parece una decisión política ni sencilla ni inocente, pero no lo haré ahora, pues atender al kairós es confiar en que habrá un mejor momento para hacerlo; es, en resumen, trabajar con confianza en la disposición del mismo trabajo al que nos avocamos.

Por cierto, este es Cronos, la divinidad griega del tiempo. No tiene nada que ver con el concepto de Kairós (o sea, no de un modo relevante), pero ¿acaso no han tenido la sensación de que el tiempo acaba devorándonos inclementemente?

continuará...

sábado, 25 de septiembre de 2010

Dos escritores conversan... y se lanzan ácido muriático de vez en cuando

"Extractos del debate entre el legendario escritor argentino Jorge Luis Borges y el lamentable novelista austroamericano Edgar Franz Milton, en el transcurso de una mesa redonda celebrada en la Universidad de Ginebra, el 28 de enero de 1986).

(conversación inédita)

(...)

Moderadora. Entonces empecemos por el principio, si les parece.

Jorge Luis Borges. Es lo clásico.

Edgar Franz Milton. Es lo aburrido.

M. Repasemos brevemente el canon de la literatura argentina.

EFM. ¿Canon? Querrá decir oligarquía.

JLB. No se ponga ideológico, Milton. Los estudiantes van a quererlo igual.

M. Por ejemplo, ¿qué opinión les merece El matadero de Esteban Echeverría?

JLB. Tiene menos adjetivos que sus contemporáneos.

EFM. Me gusta su violencia.

M. Y sería, digamos, el primer cuento realista, ¿no?

JLB. Con todos mis respetos, El matadero me parece un poco largo para ser un cuento. Y demasiado didáctico para ser realista.

EFM. Cierto, la realidad no dice moralejas. Es más cruda que la carne del matadero.

JLB. La intención de Echeverría era loable. Caudillos hemos tenido unos cuantos en nuestra historia.

EFM. En Argentina los conflictos históricos tienen más prestigio que los buenos escritores. Usted es una excepción, Borges.

JLB. Le agradezco el malentendido, Milton.

(...)

M. ¿Y Sarmiento?

JLB. Algún poema le he dedicado, me imagino que torpe. Y no le dediqué también una novela, porque él ya había escrito el Facundo y hubiera sido redundante. Así que me limité al cuento.

EFM. Sarmiento era un hombre polémico. O sea, honesto. O sea, fanático.

JLB. ¿Lo dice por simpatía o narcisismo, Milton?

EFM. ¿Cuál es la diferencia?

M. Me interesaría saber si, de algún modo, consideran vigente la gran dicotomía sarmientista, civilización y barbarie.

EFM. Y una mierda. La barbarie es la base de lo que llamamos civilización. Es barbarie contra barbarie. Y gana la más bárbara. Eso es civilizar.

JLB. No hace falta decir mierda para declararse bárbaro, Milton.

(...)

JLB. No, Güiraldes no retrató a los gauchos. En realidad retrató a la gente de la capital. La que leía su libro. La que nunca había estado en la Pampa.

EFM. Don Segundo Sombra es una obra maestra del humor. Y hasta usted tuvo su sarampión criollo.

JLB. Tampoco subestimemos a la gauchesca. Al fin y al cabo es la única épica que se nos ocurrió a los argentinos, que somos más propensos a las desgracias que a las proezas.

EFM. La épica es salvaje, Borges. Como los indios en el Martín Fierro. Si en ese libro los indios fueran más simpáticos, toda la historia de la literatura argentina habría cambiado. A lo mejor usted hoy sería un pornógrafo.

JLB. Milton, lo pornográfico es hacerse el gracioso.

(...)

M. Y de esa generación, la de los años veinte, ¿a quién prefieren?

EFM. Yo, a Walsh. Siempre hablando de frente.

JLB. O mejor Di Benedetto. Con esa prosa como de perfil.

M. Uno asesinado y el otro, casi. ¿Cómo afectó la dictadura al lenguaje literario?

JLB. Al lenguaje en concreto, no sé. Supongo que afectó más a la vida de los escritores. Yo mucho no me di cuenta.

EFM. Borges, y cuando fue a cenar con Sabato y Videla, ¿tampoco se dio cuenta? ¿O prefiere que hablemos de la Islandia medieval?

JLB. De pronto parece Cortázar, Milton. Qué pena que Cortázar escribiera artículos. Y qué lindos sus cuentos. En Islandia también se mató a mucha gente. Su poesía lo cuenta con toda sinceridad. ¿Usted lee poesía? Mejor no me conteste.

M. Bien. Hablemos de poesía, entonces.

EFM. Si no queda otro remedio.

(...)

M. En ese tiempo también estaban los ultraístas moderados, como Carlos Mastronardi.

EFM. No se puede ser ultraísta y moderado.

JLB. No se puede ser ultraísta. Quise mucho a Mastronardi.

EFM. Pero usted, Borges, lo fue. Y escribió los Salmos rojos.

JLB. Lamento su memoria. Me equivoqué de colores. Ahora soy ciego y veo mejor.

M. ¿Y la poesía popular?

JLB. ¿Además de Carriego y la milonga? Está difícil, ¿no?

EFM. A mí me gusta González Tuñón.

JLB. Mis amigos y yo dejamos de gustarle a él. Tuñón tenía un poema titulado El poeta murió al amanecer. Lástima que él no madrugara tanto.

EFM. Dígame, Borges, ¿por qué escribe sonetos? ¿No le parece anticuado?

JLB. Lo anticuado, Milton, es que un poeta crea que inventa formas nuevas. Esa ingenuidad data de finales del siglo 18. Por eso me gusta Lugones, supo sonar nuevo sin sacrificar la rima.

EFM. Para original, su amigo Macedonio Fernández, ¿no?

JLB. Es que, más que escribir, Macedonio insinuaba que podía hacerlo genialmente. Sus libros son una pequeña muestra de su obra secreta, esa que todos admirábamos sin haber leído. Ojalá sus conversaciones pudieran imprimirse.

(...)

M. Veo que no mencionan a mujeres.

JLB. Eh, bueno, está mi amiga Ocampo, ¿no? Que escribe unas crueldades muy inteligentes.

M. Y de las cuales se dijo que parecían escritas por un hombre, ¿se acuerda?

JLB. Comentario que usted, supongo, leyó como una mujer.

M. Hace 70 años, Alfonsina escribió: "La belleza es una forma y el óvulo, una idea".

JLB. El mal gusto de la Storni ya lo conocíamos. Se enamoró de Quiroga.

EFM. Quiroga escribía muy bien porque sabía escribir mal, como Arlt. Para mí la mejor era Pizarnik. Siempre me acuerdo de su verso "todo hace el amor con el silencio".

JLB. ¿Y se ejercita mucho en ese amor, Milton?

M. Otra notable es Olga Orozco. O María Luisa Bombal, que era medio argentina.

EFM. Como todo el mundo.

JLB. Creo que usted sabe más que yo de mujeres, señorita.

EFM. Eso, Borges, tampoco era difícil.

(...)

JLB. Adolfito escribe mejor que yo, pero nadie se da cuenta. Él tampoco.

EFM. Yo a Bioy Casares no lo he leído mucho. ¿Qué me recomienda?

JLB. Sin duda, El sueño de los héroes. Es como un libro mío que se le ocurrió a él.

EFM. Eso parece una teoría suya que se le hubiera ocurrido a Piglia.

M. A propósito, ¿Respiración artificial es la gran novela argentina de la década?

JLB. Si fuera una novela, puede ser. A mí me la leyeron, me pareció admirable.

EFM. Creo que a Piglia le pasa como a usted, Borges: es un poeta disfrazado de ensayista disfrazado de narrador.

JLB. Ojalá yo fuera poeta.

(...)

EFM. Le voy a confesar algo, Borges. Mi abuela se exilió en Buenos Aires a principios de siglo.

JLB. Qué curioso, Milton. Ahora que lo dice, usted también parece argentino.

EFM. ¿Por?

JLB. Porque su patria es llevar la contraria.

EFM. Ah, ¿eso es lo argentino?

JLB. No.

EFM. Disculpe, Borges, ¿usted fuma?

JLB. No me serviría de nada, Milton. Voy a morirme igual. (...)"

¡Gracias al diario El País por esta espectacular lectura!