Nada más falso que decir que ha llegado la hora de volver a escribir. En realidad yo escribo cuando no debería hacerlo, cuando debería estar abocado a otros proyectos y cuando resulta más un acto de rebelión, de desahogo, que una serena rutina de meditación. En esta oportunidad, por ejemplo, debería estar estudiando inglés para una evaluación, y, sin embargo, me encuentro a mi mismo escribiendo trivialidades, y, evidenciando una falta de escrúpulos, encima en español. Pero si se me ha vuelto una costumbre lo de escribir a destiempo es justamente porque le encuentro un valor a esa forma de presión.
Ya Aristóteles hablaba del Kairós, del tiempo propicio para actuar, y aunque se suele entender este concepto en términos sumamente conservadores, el Kairós tiene el potencial suficiente para ponerse al servicio de la profundización en el caos anterior al orden de la realidad. Se que suena esotérico, pero mi atracción por el caos no está en discusión, o al menos no hasta que se lo invoca. Así que convoquemos al caos anterior al orden real por intersección de una re interpretación del tiempo oportuno de los griegos, del Kairós.
Si el bien que persigue la acción es el sosiego, la estabilidad, el paso sereno de la vida y el silencio de los males que le aquejan, entonces el tiempo oportuno se configura de un modo especial, acaba equiparándose a la capacidad de racionalizar nuestra condición y desensibilizarnos de las emociones que nos interpelan según su tiempo. Pero si todo tiene un tiempo, como dicen las Escrituras, entonces habrá oportunidades para actuar a destiempo, donde se está dando la respuesta propia a la situación que se presenta, porque no todo lo que nos sucede tenemos que racionalizarlo, también hay que estallar en algún momento, arrojando lejos de nuestro organismo la asquerosa flema producida por tanta congestión. Así que hay un tiempo propicio para tocerle la madre a la realidad: el tiempo de parar de hacer lo que estábamos haciendo. Pero, ¿parar para qué? Resulta que el miedo de deshacer lo avanzado puede ocultarnos que ya nos habíamos perdido, qué no tenía sentido seguir andando a ninguna parte. Yo les concedo que las puertas del infierno se pueden abrir con empezar a preguntar el porqué de lo que estamos haciendo, y, sin embargo, el invierno ya era insoportablemente frío y el clima húmedo de por sí ya era dañino para nuestra salud.
En fin, se acaba el tiempo propicio para sembrar las grandes ideas porque mi examen es inminente. Pero me he permitido el calembour para después avanzar de corrido cuando pueda tratar otro tema para el que tengo más tiempo, una semana digamos, y por el cual he caído en esta rara introducción. Quiero relatar mi propia Historia de un Error, o de Cómo la decencia se convirtió en una Fábula. Pienso esmerarme en mi relato porque no me parece una decisión política ni sencilla ni inocente, pero no lo haré ahora, pues atender al kairós es confiar en que habrá un mejor momento para hacerlo; es, en resumen, trabajar con confianza en la disposición del mismo trabajo al que nos avocamos.

continuará...
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