
Las luces de la calle proyectan sombras simétricas de las lunas de la ventana sobre la pared. Al contemplarlas, X se dispersa, se aleja; un pensamiento alegre lo espera en la intimidad de su silencio. Se vacía para dejarse atrapar por un impulso musical que quiere llenar el espacio que los recuerdos atormentaban. Un instrumento desconocido prorrumpe en un tono que X no puede adivinar y no espera hacerlo. El impulso lo asalta, lo sacude y luego lo deja tirado, recuperando el aliento. Allí está otra vez, creciendo, seductor, le arranca una sonrisa y lo hace tararear una melodía inventada, sencilla y pegajosa. Se entusiasma al saber que roza algo de ese Motus animi continuus en el cual reside Cicerón, según dice la esencia de la oratoria. A veces, cuando como en esta ocasión se siente seguro y descansa en silencio, le gustaría que una melodía indeterminada lo acurrucara, que ella no se definiera ni se acabara mientras él se deja adormecer hasta caer en el sueño más profundo. Y espera que esa melodía se cole por sus oídos entre sus pensamientos hasta alcanzar a su sueño, donde teja para él una historia íntegramente sonora. Cómo no quisiera nuestro amigo ser la armonía que se proyecta eterna en la melodía y que subsiste pura detrás de la realidad. Pero en la pared está escrita una palabra y ella lo devuelve a la realidad. Te. Se ríe. Una palabra que él no se animó a completar en un Te quiero le recuerda la complicidad del lenguaje, que va atando y desatando ideas pero que solo expone a la vista un lado del tejido, lo dicho, pero que preserva lo ausente. El temor a terminar de decir lo que tiene que decir no es como el miedo, es como la precaución que anima al que maneja los hilos para que se mantenga oculto lo que no necesita un cuidado especial, sino más bien de la oportunidad de servir a la manifestación de algo como el fuego que solo se realiza en su consumación. Te es te quiero cuando podemos reconocer que ya desde antes de la misma T te quería, pero igual quería decírtelo. Te basta cuando no tengo que decírtelo todo, pues el querer es una cosa extraña que se basta a sí misma y basta para llenar Te y llenarte.
Fin.
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