jueves, 16 de abril de 2009

La Estética de la Cortesía




















Me tengo que resignar a no ser capaz de poder expresar todo lo que esta imagen me inspira. Se trata, por supuesto, de buenos deseos.

Fuente: Diario El País

miércoles, 8 de abril de 2009

El inicio del feriado más largo del año


































El título de esta entrada evoca al de una anterior, que escribí aproximadamente hace unos cinco meses. Qué rápido se pasa el tiempo. Por cierto, ¿solo a mí me parece curioso que se pueda decir algo como unos cinco meses? Supuestamente la cualidad numérica de la palabra ya está fijada por el "cinco", por lo que decir "unos cinco meses" sería algo anacrónico, de mal gusto.
Los que en el colegio estuvieron atentos a las clases de lenguaje se acordaran de que un, uno o unos eran pronombres indefinidos como alguno, ningún o nadie. Solían ser artículos, pero como nunca se sabía de qué cantidad de cosas se hablaba cuando se decía unos o unas (y por eso se les decía indeterminados), se los desterró de esta categoría gramatical y pasaron a ser pronombres indefinidos. No creo que pasar de ser un artículo a ser un pronombre sea algo que las palabras puedan concebir como denigrante- claro, en el hipotético caso de que pudieran concebir algo siquiera-, pero si me parece paradójico que eso haya sucedido justamente porque se pensaba que unos o unas no pueden definir una cantidad de sujetos, aunque si les pones un número al costado esto si es posible, como en el caso de "unos cinco" meses o en "unas seis" botellas. Alguien podría decir que no se debe decir "unos cinco" meses, como yo lo sugerí hace un momento, pero realmente no tiene nada de malo. Si se puede decir "otros cinco" caballos, y si "otros" también pertenece a la categoría de pronombres indefinidos, ¿por qué estaría mal decir "unos cinco" caballos? Entiendo que no sea posible decir "ningunas cinco" personas o "algunos dos" carros, pero ¿qué hay de malo con decir "unos cinco" meses? Para salir de este embrollo mental que algún osado lector ya habrá identificado como puro blah blah blah, pero que en realidad se llama Metalenguaje, es decir, la condición de hablar del lenguaje desde el mismo lenguaje, para solucionar esta paradoja metalingüística hay que fijarnos en una pregunta que hice hace un momento. ¿Alguien ya sabe a qué me refiero? A los que no podemos tolerar que se discrimine a la gente por su manera de hablar, cuando escuchamos a alguien decir que de tal o cual manera no se debe de hablar, se nos ponen los pelos de punta.
Aunque no exista una idea totalmente bien formada sobre lo que podrían ser "unas cinco" cosas, o aunque no se me ocurriera cuál es la diferencia entre decir "unas cinco" cosas y decir "cinco" cosas nomás, eso no significa que no tengo la capacidad y la libertad de pensar en estas oraciones y en reproducirlas. El otrora artículo indeterminado un, una, unos, se vio apartado del resto de los artículos porque los hablantes no fuimos capaces, en su momento, de imponer su uso acompañado de otro número y solo porque pensábamos que no estaba bien hacer algo así. Muchos piensan que aquello que no es completamente coherente o claro no debería ser dicho. Si esto fuera cierto, nunca aprenderíamos a hablar, pues el aprendizaje de la lengua siempre es gradual. En el ámbito de la escritura esto es mucho más evidente: sin errores que se manifiesten en la praxis, no hay forma de que los docentes puedan corregir a los alumnos para que asimilen mejor la escritura estándar de su lengua.
Luego de convencerme de que no tiene nada de malo decir que han pasado unos cinco meses, puedo hablar sobre lo que realmente quería escribir: No saben lo contento que me siento porque hayan condenado a Fujimori. Puede resultarles curioso pero si no me hubiera convencido de lo primero, probablemente no estaría contando que estoy contento por la sentencia. Tranquilos, esta vez no tiene nada que ver con el Metalenguaje, sino, sobre todo, con el hecho de dar mi opinión y poder defender una postura.
Durante el gobierno de Alberto Fujimori se cometió un gran atropello contra todos los peruanos y en especial contra los más jóvenes: él nos hizo creer, en primer lugar, que si las circunstancias lo ameritaban, nuestra vida podía dejar de tener valor. Esto se puede observar en el hecho de que tanta gente inocente haya sido asesinada a manos de miembros de las Fuerzas Armadas. Obviamente, Fujimori no mató a esas personas, pero al ser nuestro presidente debió haber sido más reflexivo cuando le entregó el poder a las FF.AA. para que estas actuasen libremente. Un padre sensato no deja a sus hijos al cuidado de otras personas sin tomar todas las precauciones posibles para que no les suceda algo malo a sus hijos. Fujimori afortunadamente no es nuestro padre, pero fue nuestro presidente y debió responder a la altura del cargo que le confiamos los peruanos.
Es cierto que los principales responsables del conflicto armado interno que tuvo lugar entre los años 1980 y el 2000 fueron los terroristas: El Partido Comunista Peruano Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. Ellos también concentran la autoría de la mayor parte de los asesinatos, las violaciones y del daño contra la propiedad privada. Pero esa no es una razón que justifique plenamente ni siquiera coherentemente los delitos que cometió el Estado.
A partir de esta falta de atención a lo que debería ser la principal prioridad del Estado, es decir, al bienestar de sus ciudadanos, se desprende una segunda característica por la que muchos aborrecemos a Fujimori y a otros líderes de la región. Me refiero al caudillismo. Durante mucho tiempo, a los pueblos latinoamericanos se les ha hecho creer que deben seguir ciegamente a sus líderes, a los famosos caudillos. En la práctica, los caudillos no buscan objetivamente lo mejor para su país, sino que tienen una opinión de lo que podría ser lo mejor, como en el caso del sueño bolivariano. Los seguidores de esos caudillos tampoco se salvan de ser juzgados. Cuando uno se abandona a las ideas de los caudillos y deja de pensar por sí mismo en lo que más nos conviene, nos volvemos víctimas de la ineptitud de otros. Qué bueno sería pensar que va suceder exactamente lo contrario, que los caudillos nos van a solucionar la vida. Basta ver los noticieros locales un par de minutos para darnos cuenta de que los sueños, sueños son.
Cuando me dicen que debo estarle agradecido a Fujimori por haber vencido al terrorismo, omitiendo que, en realidad, este no ha sido totalmente controlado y que se ha transformado en narco-terrorismo en algunas zonas del país, y cuando me dicen que los terroristas no tienen derechos porque son los peores criminales- como escandalosamente afirma un ex comandante general de las FF.AA. cuyo nombre reprimiré- siento que me encuentro frente a otro nocivo caudillismo. Porque el ex presidente Fujimori nunca fue un samurai, sino un caudillo. Porque los terroristas no están siendo juzgados entonces como conciudadanos, sino como partidarios del bando contrario, como si esto hubiera sido una guerra de pandillas o algo por el estilo, donde las personas que no se sometían al liderazgo de los militares también se volvían sus enemigos. Porque no es posible que tengamos que conformarnos con la manera de ser de nuestros líderes, sin poder exigirles mayor integridad, como si fueran seres infalibles a los que no se puede cuestionar.
Me resisto a pensar que por sus buenas acciones, que son las acciones que deberíamos esperar de todos los presidentes, debemos perdonarle a Fujimori la corrupción de su gobierno y la mediocridad de su plan de contención del terrorismo. No hay nada más sano que resistirnos a tener que optar por el mal menor. No podemos desalentarnos solamente porque parece que el caudillismo es la única vía que ha funcionado históricamente en nuestros países.
Mi pedido para reinvindicar al un, unos como todo un artículo indeterminado, se vuelve diminuto si lo comparo con la labor y la entrega de todos los que han hecho posible que Fujimori haya sido condenado. Pero estoy convencido de que para poder hacer cosas grandes en esta vida, hay que comenzar venciendo las batallas más pequeñas. La reinvindicación de un artículo puede ser un buen paso para formarme como alguien que no tenga miedo para encarar a Fujimori, como señalaba cuando decía que esto era importante para comenzar a hablarles de él, pues lo importante es que desde la posición donde estemos, actuemos con integridad, buscando la verdad y no a un caudillo.
Muchos pueden pensar que hacernos problemas por lo que quiere decir una frase ambigua, como en el caso de unos cinco meses, es toda una pérdida de tiempo. Pero si les dijera que Fujimori ha sido condenado a pasar solo unos cuantos años en prisión, entonces tal vez entenderían que no se trata solamente de evadir la ambigüedad, sino incluso de salvaguardar nuestro derecho a pensar en la ambigüedad.