domingo, 7 de diciembre de 2008

Quo Vadis?

Segunda Parte
(advertencia esta entrada contiene altas dosis de intelectualidad y de sarcarmo... enjoy it!)


La Danesa se fue. Sus amigos la llamaron por teléfono, vinieron a recogerla al toque y se quitó con ellos. En ese momento fue cuando me quedé completamente solo, donde esta historia termina y donde realmente empieza. Comencé a centrarme en lo que estaba leyendo. Ahora aparentemente me podía concentrar más, supongo que debido al Red Bull. Repasé todo lo que había leído sobre el romanticismo alemán. Este tema lo hemos tratado con el libro de Artola (Textos Fundamentales para la Historia). Un libro que hemos visto hasta el cansancio, lo cual quiere decir como unas seis veces (si, sé que exagero, pero no me importa, yo fui el que se metió 500 años de Historia de Occidente en la cabeza y tengo que hacer catarsis urgente).

El romanticismo alemán, según Artola, surge a finales del siglo XVIII y es un "estilo de pensamiento" (lo cual quiere decir que no tiene una doctrina específica, sino que más bien, es una forma de pensar, de abordar la realidad) que se manifiesta contra la insuficiencia del abrumador racionalismo de la Ilustración (sobre todo por las consecuencias que trajo el liberalismo, el hijo legítimo de la Ilustración, que no se lleva muy bien con el bastardo de la Revolución Francesa, el socialismo) y que se caracteriza por ser irracionalista, concreto, dialéctico e historicista (no se desesperen, ya les voy a decir lo que eso significa).

Es irracionalista, pero no irracional, porque los romanticistas quieren entender cosas que se escapan de la razón, como nuestros sentimientos. Es concreto porque no busca formular leyes sobre la realidad, no es generalizador, sino que prefiere ver la diversidad, lo particular, la especificidad de cada realidad. Es dialéctico porque no se detiene en conceptos, sino que rastrea cómo las ideas se contraponen y cambian, de tal manera que cualquier realidad no es sino un momento de algo superior a ella que está en constante evolución. Es historicista porque distingue un tiempo físico (el de las horas, los días y los meses) y uno histórico, el cual le da sentido a cada momento porque relaciona la realidad con el pasado, de tal manera que pareciera que toda sociedad tiene una misión o un destino en este mundo.

Luego de un par de semanas estudiando la Ilustración y la Revolución Francesa, a los pioneros del liberalismo y omitiendo indiscriminadamente las hazañas de Napoleón en el campo de batalla para tener tiempo de tratar al "buen salvaje", el romanticismo hizo una aparición cargada de frescura. No es que yo tenga algo contra las ideas ilustradas ni que niegue los aportes de la RF a la humanidad. Lo que sucede es muchos de sus seguidores nos hacen creer que fue lo mejor que le pudo haber pasado a Occidente y que aquello es una excusa para que los demás pueblos aceptacemos el progreso que significaba (como Flora Tristán que vino de París al Perú huyendo de su pobreza y de las habladurías, pero que se regresó porque encontró a los peruanos insoportablemente atrazados con respecto a los franceses).

Su nombre lo decía todo. A la gran mayoría de los romanticistas les gustaba, en palabras de uno de nuestros más recordados héroes de Guerra y de una ex congresista, "luchar hasta quemar el último cartucho" y "vivir la vida y no dejar que la vida te viva". Perdón si esto hiere algunas sensibilidades, pero la retórica aconseja dejar de lado los pudores académicos y las exquisiteces cuando uno quiere ser buen orador. Discutir y estudiar a gente así, en conclusión, solo puede resultar un ejercicio improductivo cuando aquellos que lo desarrollan adolecen de mediocridad (un mal que lamentablemente ha golpeado bastante al magisterio nacional).

Sobre el desarrollo de las ideas liberales también tengo mis dudas, porque el profesor de Historia nos contó que los primeros en hablar sobre la Igualdad, la Libertad y la Propiedad (no de la Fraternidad, no, de la propiedad) fueron los ingleses, no los ilustrados franceses, sino que estos últimos se hicieron más famosos a nivel mundial y que por ello se los asocia más con estas ideas (por lo que para mí, eso se trata de un plage). Cualquiera ha escuchado alguna vez de Rosseau, de Montesquieu o de Voltaire , pero pocos saben de Hobbes o de Locke. De entre ellos dos, Locke posiblemente sea el que nos resulte más simpático porque fue el primero en hablar del gobierno representativo y de la división de poderes. Hobbes, en cambio, era un representante del absolutismo y fue quien popularizó la frase de que "el hombre es el lobo del hombre" (Homo homini lupus), aunque muchos dicen que el nunca dijo tal cosa. Sin embargo, Hobbes no es tan malo como parece, puesto que aunque no compartamos su idea de que el estado natural del hombre sea la inseguridad y la violencia, sus reflexiones pueden ser muy útiles cuando nos vemos sumidos en algo parecido o sobre todo para evitar vernos sumidos en algo parecido.

31 de junio del 2010

Y mientras pensaba en todo esto algo más pasó. De repente ya no me interesaba lo que estaba estudiando, sino más bien el hecho de que lo estuviera haciendo. Probablemente todo lo que he dicho es históricamente criticable. Pero de algún modo, eso no podría eliminarle un sustrato profundo de valor. Pero ¿qué valor era ese? Hace un año y medio que me hice esta pregunta y ahora no sé si este en la posición para responderla. De ahí que tal vez deba haber una tercera parte de esta reseña todavía, donde acabe de contar lo poco que con el tiempo recuerdo de esa tarde y donde intente al menos responder a la pregunta que sí estoy seguro que en ese momento me asaltó: ¿Quo Vadis?

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