Primera parte
Hace un par de noches fui a visitar unas galerías de arte para hacer un trabajo de investigación y me acompañó un amigo de la Católica, cuyo nombre no quiero recordar por las mismas nobles razones que llevaron a Cervantes a no querer recordar el sitio preciso de la Mancha donde vivía don Quijote: o sea, porque no y punto.
Había pensado ir a la muestra de Pasaporte para un Artista, que se exhibía en el Centro Cultural de la PUCP, y de ahí pasar por alguna de las galerías aledañas al local, de tal manera que completara la visita a dos galerías de arte que tenía que hacer para un trabajo de investigación que me dejaron como tarea. Los imprevistos pero previsibles problemas que tendríamos para realizar algo tan sencillo como visitar galerías de arte se dejaron notar desde el momento en que busqué en la página web del CCPUCP el horario de atención. Yo no tenía ninguna necesidad de saberlo: eran las cuatro de la tarde y en el peor de las casos las galerías estarían cerrando a las seis, lo que me daba suficiente tiempo para ir, ver, anotar algunas cosas y tomar fotos.
Mi amigo, que en plan de mal amigo buscaba pretextos para no acompañarme, insistía en que yo debía revisar primero el horario de atención. Cansado ya de no encontrar noticia alguna ni de la muestra Pasaporte para un Artista o del horario de Atención del CCPUCP, revise en google si en una expo pasada habían puesto el horario y encontré justo lo que buscaba. Es hasta las diez, le dije, vamos. Uno resignado,el otro apurado, en fin, conscientes de los previsibles problemas que trae consigo visitar unas inocentes galerías de arte, nos dirigimos a tomar el carro a Camino Real.
Su mamá nos había dicho que nos subiéramos a la Santa María. Los lleva directo, nos había dicho. Mejor hay que tomar dos carros, me dijo mi amigo. Eso no tiene sentido, le respondí, la Santa María nos puede dejar en el CCPUCP. Es que quiero pasar por el Óvalo Gutiérrez para ver si en Wong venden panetones de naranja, me dijo. Pero el Centro Cultural está a tres cuadras del óvalo, le recordé, vas a ver que acabamos rápido y de ahí nos pasamos a Wong. Mientras me decía más te vale y me recordaba que él no había tenido ganas de ir, que yo le avisé de esto a último minuto, saqué la cámara para tomar unas fotos del bus al que habíamos subido.
Las necesitaba para una revista en la que he empezado a colaborar como fotógrafo a pedido. Es decir, me dieron, por ejemplo, un cuento sobre un tipo llamado Óscar, un tipo exitoso profesionalmente que se sentía vacío y que se tiró de la ventana de un bus cuando un anciano se sentó junto a él con un cuaderno que decía Pendientes de Óscar. Yo debía buscar fotos que la diseñadora de la revista pudiera usar como corolario del cuento y me pareció que lo mejor era fotografiar las ventanas de un bus lo suficientemente amplias como para Óscar pudiera tirarse por ellas sin muchos problemas.
Me parecía que la oportunidad se me había presentado y que debía aprovecharla, aunque existía la posibilidad de que algún amigo de lo ajeno extendiera su mano desde cualquier parte y se llevara a mi fiel Olympus FE -320. Sin embargo, las ventanas del Santa María eran de esas que se abren hacia arriba. Me di cuenta que Óscar pasaría muchos contratiempos tratando de aventarse por esa ventana, supongo que eso le habría dado suficiente tiempo al resto de las personas del bus para que lo salvaran, por lo que dejé las fotos para otra ocasión.

Mi amigo, a quien desde ahora llamaré Alf para evitar ser reiterativo, me preguntó si sabía bien donde quedaba el Centro Cultural porque el no venía por aquí hace mucho tiempo. Claro que conozco, le dije; y mientras me ufanaba de haber ido varias veces al Centro Cultural (siempre a pie), no advertí que ya estábamos por pasarlo. Alf me apuró para que bajáramos y para que una vez fuera del carro pudiera decirme con más calma "Te lo dije, ya ves, yo tenía razón, yo siempre tengo la razón". Ya no te hagas más problemas, le contesté, ya estamos aquí.
Para fastidiarlo un poco, le hice ver que no estaba cruzando la pista por la vía peatonal, lo cuál debía ser alarmante para alguien que se ufana de actuar como todo un gentleman y que sufre de mucha vergüenza ajena; lo cual es mejor que nunca sufrirla ni sufrir siquiera por la propia, me habría respondido Alf si pudiera. Tras unos minutos de haber bajado del Santa María ya estábamos en el CCPUCP.

Esta foto del CCPUCP es del blog Mi presencia Cultural en la Web y seguramente la tomaron durante el Festival de Lima, un evento tan bueno que probablemente solo lo puedo comparar con la Feria del Libro.
Hace un par de noches fui a visitar unas galerías de arte para hacer un trabajo de investigación y me acompañó un amigo de la Católica, cuyo nombre no quiero recordar por las mismas nobles razones que llevaron a Cervantes a no querer recordar el sitio preciso de la Mancha donde vivía don Quijote: o sea, porque no y punto.
Había pensado ir a la muestra de Pasaporte para un Artista, que se exhibía en el Centro Cultural de la PUCP, y de ahí pasar por alguna de las galerías aledañas al local, de tal manera que completara la visita a dos galerías de arte que tenía que hacer para un trabajo de investigación que me dejaron como tarea. Los imprevistos pero previsibles problemas que tendríamos para realizar algo tan sencillo como visitar galerías de arte se dejaron notar desde el momento en que busqué en la página web del CCPUCP el horario de atención. Yo no tenía ninguna necesidad de saberlo: eran las cuatro de la tarde y en el peor de las casos las galerías estarían cerrando a las seis, lo que me daba suficiente tiempo para ir, ver, anotar algunas cosas y tomar fotos.
Mi amigo, que en plan de mal amigo buscaba pretextos para no acompañarme, insistía en que yo debía revisar primero el horario de atención. Cansado ya de no encontrar noticia alguna ni de la muestra Pasaporte para un Artista o del horario de Atención del CCPUCP, revise en google si en una expo pasada habían puesto el horario y encontré justo lo que buscaba. Es hasta las diez, le dije, vamos. Uno resignado,el otro apurado, en fin, conscientes de los previsibles problemas que trae consigo visitar unas inocentes galerías de arte, nos dirigimos a tomar el carro a Camino Real.
Su mamá nos había dicho que nos subiéramos a la Santa María. Los lleva directo, nos había dicho. Mejor hay que tomar dos carros, me dijo mi amigo. Eso no tiene sentido, le respondí, la Santa María nos puede dejar en el CCPUCP. Es que quiero pasar por el Óvalo Gutiérrez para ver si en Wong venden panetones de naranja, me dijo. Pero el Centro Cultural está a tres cuadras del óvalo, le recordé, vas a ver que acabamos rápido y de ahí nos pasamos a Wong. Mientras me decía más te vale y me recordaba que él no había tenido ganas de ir, que yo le avisé de esto a último minuto, saqué la cámara para tomar unas fotos del bus al que habíamos subido.
Las necesitaba para una revista en la que he empezado a colaborar como fotógrafo a pedido. Es decir, me dieron, por ejemplo, un cuento sobre un tipo llamado Óscar, un tipo exitoso profesionalmente que se sentía vacío y que se tiró de la ventana de un bus cuando un anciano se sentó junto a él con un cuaderno que decía Pendientes de Óscar. Yo debía buscar fotos que la diseñadora de la revista pudiera usar como corolario del cuento y me pareció que lo mejor era fotografiar las ventanas de un bus lo suficientemente amplias como para Óscar pudiera tirarse por ellas sin muchos problemas.
Me parecía que la oportunidad se me había presentado y que debía aprovecharla, aunque existía la posibilidad de que algún amigo de lo ajeno extendiera su mano desde cualquier parte y se llevara a mi fiel Olympus FE -320. Sin embargo, las ventanas del Santa María eran de esas que se abren hacia arriba. Me di cuenta que Óscar pasaría muchos contratiempos tratando de aventarse por esa ventana, supongo que eso le habría dado suficiente tiempo al resto de las personas del bus para que lo salvaran, por lo que dejé las fotos para otra ocasión.
Mi amigo, a quien desde ahora llamaré Alf para evitar ser reiterativo, me preguntó si sabía bien donde quedaba el Centro Cultural porque el no venía por aquí hace mucho tiempo. Claro que conozco, le dije; y mientras me ufanaba de haber ido varias veces al Centro Cultural (siempre a pie), no advertí que ya estábamos por pasarlo. Alf me apuró para que bajáramos y para que una vez fuera del carro pudiera decirme con más calma "Te lo dije, ya ves, yo tenía razón, yo siempre tengo la razón". Ya no te hagas más problemas, le contesté, ya estamos aquí.
Para fastidiarlo un poco, le hice ver que no estaba cruzando la pista por la vía peatonal, lo cuál debía ser alarmante para alguien que se ufana de actuar como todo un gentleman y que sufre de mucha vergüenza ajena; lo cual es mejor que nunca sufrirla ni sufrir siquiera por la propia, me habría respondido Alf si pudiera. Tras unos minutos de haber bajado del Santa María ya estábamos en el CCPUCP.

Esta foto del CCPUCP es del blog Mi presencia Cultural en la Web y seguramente la tomaron durante el Festival de Lima, un evento tan bueno que probablemente solo lo puedo comparar con la Feria del Libro.